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cartagenera44 79F
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1/20/2016 9:27 am
LA CASA ABANDONADA


– ¿Hoy no haces la caminata habitual?— pregunta Lorena a su hermana menor, que luce desmejorada a raíz del nuevo tratamiento con quimio que acaba de pasar.
—Anda, cambia esa cara y caminemos juntas por aquel sendero que nos conduce a esa casa abandonada que desde pequeñas nos ha llamado la atención. Siempre has sentido curiosidad por entrar en ella, pero la valentía nos abandona. Solo merodeamos el lugar, echamos un vistazo por las ventanas y ambas salimos corriendo despavoridas por las polvorientas historias que cuenta el abandono…
—No me siento con ganas—replica sin ánimo Isolda.
—Un poco de ejercicio te sentará bien para fortalecer tu salud—
Lorena va en busca de un abrigo para cubrirla y le anuda una bufanda de lana virgen alrededor del cuello. Lo que menos desea es que ahora vaya a tomar un resfrío, piensa silenciosamente.
Por un estrecho camino emprenden lentamente la caminata, divisando al poco rato la espectral casa que se alza, triste y abandonada, sobre un promontorio de la colina, rodeada de desolada vegetación.
Un fuerte empujón de Lorena hace ceder el viejo portón de madera que da acceso a lo que, en otro tiempo, fue un jardín que sus dueños se esmeraban en tener bien cuidado; especialmente cuando llegaba la primavera. Las flores, que explotaban en mil colores en esa hermosa época del año, seguramente eran recogidas por sus dueños y puestas en grandes jarrones de cerámica que adornarían muchos rincones de la casa.
«BIENVENIDOS», reza una tabla de rústica madera, que está a punto de caer, mostrando implacablemente la huella de suciedad y descuido que deja el abandono. Lorena mira hacia el cielo y contempla un color que ya había olvidado. Inhala una bocanada de aire fresco y, con decisión, toma de la mano a su hermana y entran al lugar.
«La desolación que embarga el salón principal es una clara evidencia de que en este lugar ocurrió algo que paraliza los sentidos», piensa Lorena en silencio.
« Se ve flotar en el ambiente la soledad, quizá por el desencuentro de dos personas que vivieron un drama tan crucial que los llevó al abandono del lugar pero, también, es posible que… ¡Qué sé yo!»
Lorena nunca abandona a su hermana, no solo por la enfermedad sino desde que quedaron huérfanas. La acomoda en una de las poltronas repletas de telarañas , a la que ha sacudido previamente; le abriga los pies con una de las cobijas que están tiradas en un canasto de mimbre ubicado en un rincón del salón y comienza a curiosear, dando vueltas de un lugar a otro, mientras se traga el olor que dejan los tiempos que ya fueron.
Comienza a mirar minuciosamente en cada detalle del recinto, para saciar el gran misterio que ella presiente flota por todo el lugar y, entonces, le llamó la atención un diario que estaba desparramado sobre el piso. Lo toma en sus manos y, con su boca, sopla sobre él para apartar el polvo que lo cubre; aparece el título «Historia de un abandono». Mira con infinita ternura hacia Isolda, como si estuviese ante un cuadro de Magritte, se sienta sobre el piso y se adentra en los oscuros vericuetos de una historia que presagia grandes misterios.
Sobre los cristales del gran ventanal que da hacia el jardín lleno de malezas, se deslizan lentamente las primeras gotas de una tormenta que se avecina. Lorena hojea el libro y un temblor la recorre de pies a cabeza. Despierta a Isolda que, se ha quedado durmiendo profundamente en la butaca, y emprenden a pie el regreso a casa, en medio de una tarde inundada por los grises de un cielo encapotado.
Buscó un lugar discreto para instalarse a leer el diario y no llamar la atención de Isolda, y se quedó allí hasta altas horas de la madrugada, a pesar del cansancio que se adueñaba de sus huesos por la larga caminata.
« A los veinte lo conocí, cuando yo estaba de vacaciones en una pequeña cabaña a la orilla del mar, después de haber terminado mis estudios universitarios. Él tenía treinta y siete y bastó vernos para enamorarnos. Nos convertimos en amantes clandestinos hasta que nacieron las niñas y decidimos irnos a vivir a la casa de La Comarca. Era la familia perfecta hasta que, por casualidad, un día supe toda la verdad. ¡Quise desaparecer!»
« Enloquecí y cosí su estómago a puñaladas. Ya no podía seguir amando a mi propio hermano, con quien había engendrado dos hijas: Lorena e Isolda, mis pequeñas inocentes quienes no debían pagar por un destino que no buscaron. ¿Cómo reaccionarían cuando supieran nuestra trágica historia de amor? De solo pensarlo se me hiela la sangre…»
— ¡Pobre mamá! ¡Imagino sus sufrimientos!— musita Lorena entre dientes, mientras por sus mejillas ruedan lágrimas de profundo dolor.
« Pasé toda la noche en vela, contemplando el cadáver que no quería dejar solo. Me desboqué y comencé a reír con grandes carcajadas, buscando liberarme de la atrocidad que acababa de cometer y mitigar en algo el dolor que me producía haber asesinado al hombre que me enseñó a mirar el amor como lo describen los poetas. ¡Por qué fuimos víctimas de un fatal destino, si ninguno de los dos sabía los lazos que nos unían?»
La cruda historia, que se va revelando ante los ojos de Lorena, le revuelven las ganas de fumar un cigarrillo. Pero ese vicio le está prohibido desde que apareció, hace cinco años, el maldito melanoma de vulva que le mutiló a su hermana, a través de una devastadora cirugía, todos sus genitales. Ya desde antes se había convertido en su protectora, cuando fallecieron los esposos Prins, quienes fueron sus padres adoptivos. ¡Jamás la abandonaría!
— ¡Cómo me vendría de bien tomarme un whisky a la roca!
Se levanta y se dirige trastabillando al bar, como si estuviese deambulando por la cuerda floja.
Antes de regresar nuevamente al salón, se detiene a mirar por el ventanal la noche: preñada de silencios, negra y sin estrellas. Como ella misma: ¡Desolada!
« Romper el silencio de lo oculto, convirtiéndome en una asesina, fue para mí más desolador que continuar disfrutando las mieles del pecado y la perversión a través de un aborrecible o. El vacío se apoderó de mi alma y me redimí, porque ya no odiaba ni tampoco amaba. Sentí que me encontraba en el traspatio de la muerte, y me quedé suspendida en un tiempo y un espacio sin movimiento, mientras oía a lo lejos, la sirena de una ambulancia…»
En la cara de Lorena se dibuja el desconcierto, porque faltan muchas páginas del diario y sabe que jamás conocerá qué le pasó a su madre. La incertidumbre siempre será un estigma y la perseguirá por el resto de sus días.
Sonríe con un dejo de amargura y dolor pintado en su boca; avanza hasta donde está Isolda, le da un beso en la frente, la cubre muy bien con la manta y le pide a la tormenta que se lleve la historia que acaba de leer, esa que Isolda jamás conocerá…