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cartagenera44 79F
1761 posts
1/20/2016 9:45 am
COMO LA RUEDA DE SAMSARA

Todo comenzó por unos malditos dedos de los pies.
Desde entonces, siendo aún una niña, sigo cubriendo mi rostro con la máscara de la vergüenza que me produce el solitario ejercicio.
Todas las noches, antes de acostarnos, mamá nos sentaba en el borde de la cama y con las manos unidas en actitud de oración, rezábamos con devoción, a los ángeles de la guarda y a una lámina de las ánimas del purgatorio que colgaba de un clavo, en una de las paredes de la habitación.
Antes de cerrar los ojos, levantaba un poco el toldo que nos cubría de la picadura de los mosquitos o de algún alacrán que nos cayera del techo de palma. Observaba, de reojo, las caras de afligidas de estos personajes dantescos envueltos de pies a cabeza, por fulgurantes llamas de toda las tonalidades del color amarillo. Verlas con los pies atados con cadenas y los brazos en alto en actitud de súplica, no amedrentaron mi costumbre de masajear, todas las noches, mi joven clítoris, que no conocía de pecados ni de torturas, y solo daba rienda suelta al inherente deseo que hace parte de la naturaleza humana.
Por ser la mayor, tenía el privilegio de dormir hacia la cabecera de la cama, y mi hermanito de apenas cuatro años de edad, era colocado del lado de los pieceros. La oscuridad y el silencio de la noche, estimulaban mi incipiente erotismo y, como un ritual, cuando mamá daba la espalda, comenzaba para mí la magia sexual, con todos los dedos de los pies de mi hermanito menor. Cuando por alguna razón dormía sola, humedecía mis dedos con saliva para estimular mi íntimo viaje hacia el placer.
Me volví adicta, y la lujuria se apoderó de mi cuerpo. Se me durmió la conciencia y deambulaba por el mundo infrahumano, cubierto de cenizas candentes y de tridentes al rojo vivo, que me perseguían por una escalera que yo bajaba y subía para esquivar la persecución.
En mi psiquis, se enquistó el insomnio con sus noches largas y cada día me hundía más en la tentación. Muchas veces, sentía que un líquido blanco y pegajoso me iba bajando por el canal medular, vértebra, por vértebra, y se regaba placentero por entre mis piernas. Como un perverso reptil, salía todas las noches a buscar presas para saciar mi desviación. Mi madre, una ignorante de pueblo medieval, no comprendía mis sufrimientos y creo, me abominaba por mi horripilante y tenebrosa enfermedad.
Refugiada debajo de mi cama, percibí el fuerte olor a azufre que inundaba la habitación. Un coro de chirridos, rugidos, relinchos y ladridos, brotaban desde abajo del piso de tierra. Sentí que mi cuerpo se desintegraba y mi espíritu descendía, girando en espiral, por una rueda metálica y dentada que me arrastraba hacia un mundo de infelicidad...