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cartagenera44 79F
1761 posts
1/20/2016 9:55 am
¿QUIÉN TIENE LA RAZÓN ?


Siempre, insistiendo sobre lo mismo, terminé por darle la razón en todo.
Tenía entendido que este sentimiento era radical, tal como lo creería, muchos años después, interpretando lo que dijo Platón: «El amor consiste en sentir que el ser sagrado late dentro del ser querido.» !Qué lejos estaba yo de la realidad!
En un principio, mi referente era la literatura rosa de Corín Tellado, donde el amor invadía las páginas desde el principio hasta el final, y la ilusión de vivir afectos semejantes, influenciaron mi juvenil locura.
Se me enquistó en la mente, la ilusoria idea de que el amor era radical y estaba exento de dualidades. Nunca me atreví a pensar que, Mauricio, con el paso de los meses y de los años, más aun, se convertiría en otro señor “Hyde”, con dos identidades disímiles: una, caballerosa, alegre y cordial para la gente de afuera, y otra hacia dentro para mí, preñada de infidelidades, indiferencias y violencias.
Cuando lo conocí aquel doce de noviembre de mil novecientos sesenta y dos, mi corazón comenzó a latir aceleradamente, como el órgano de la catedral donde nos casamos, unos meses más tarde. Parecía que el mismísimo Juan Sebastián estuviese interpretando la Tocata dentro de mí. Me quedé colgada de su mirada extensa como mi mar Caribe y del ondular de su voz como el leve viento que bambolea un barco a la deriva…
—« Te esperaba, cariño»— me susurró al oído, al tiempo que estrechaba mi mano y, complaciente, miraba a la persona que nos había presentado.
Cuando nos casamos, estaba en la primavera de mi vida, de mis sueños, de mis deseos, de mi pasión. Mis ojos todavía estaban entornados por la inocencia y la candidez. Comenzaba tímidamente a despertar, así como el alba se va asomando detrás de las colinas del pueblo donde crecí.
¡Qué tonta y soñadora era! Pensaba que mi vida sería un estallido permanente de risas, de amor de locura, de aroma de flores, de entrega total, de deliciosa comprensión, de pasión desenfrenada, de éxtasis total… El hombre que conocí en el principio de los tiempos, al que idealicé pintado de los diáfanos colores del arco iris, se fue transformando y se embadurnó de sepia hasta los sesos. Me pintó de negro azabache el alma y logró ponerme a divagar, en mares de obsesión y de amargura.
Sentada, sin tiempo, en una mecedora de paja, clavaba los ojos hacia cualquier lugar de arriba del salón donde me encontraba, intentando, tal vez, que desde allí, me cayeran las respuestas de por qué, lo bueno, se había convertido en malo, si yo creía en las bondades y la eternidad del amor. El tiempo vivido a su lado, se descuajaba del techo y agonizaba en el piso, revolcándose entre los grises recuerdos. Mi corazón, gangrenado por el desamor, servía de entretenimiento al gato que se arremolinaba entre mis pies. Murmullos de caricias sin ecos agrietaban las paredes. El tejido necrosado de mis sentimientos, se suspendía en el aire y me producía satisfacción y lograba excitarme…
Lo esperaba, largas horas, meciéndome en la infinita agonía del silencio. Cuando llegaba de la calle, a altas horas de la noche, percibía el fuerte olor a coñac y a puta barata.
Sentía Miedo.
Le tenía miedo.
Mi voluntad quería gritar, ¡no más abandono, no más tristezas, no más desamor! ¡No podía!
Era tal la fascinación que yo sentía por el amor, que creyéndolo sagrado, pretendí descuajar la frialdad de sus sentimientos, entregándome toda. Creía que las tempestades y las tormentas, jamás se atreverían a tocar la belleza de este sentimiento…
Unas gotas de agua salada bajaban por mis mejillas.
—«¿Estás llorando?»— preguntó alguien dentro de mi…
—«Sí, las lágrimas negras de los muertos»— me replicó otra voz desconocida…
Afuera, la noche era serena, cálida, con lampos de luz milagrosa. Por la ventana del salón, se coló un viento que me trajo vagos recuerdos. Mi mano blanca y arrugada por el paso del tiempo, buscó , dentro del bolsillo de mi vestido negro, un pañuelo para secar las lágrimas. El pañuelo se tiñó de luto.
—«Hoy hace veinte años que partió»— me dije absorta en mi búsqueda y levitando en la ilusión.
Abandoné la mecedora donde permanecí veinte años sentada, y me perdí en las sombras de la noche…