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cartagenera44 79F
1761 posts
10/1/2016 9:31 am
¿Solo amigas ?


Afuera, transcurría lentamente la vida cotidiana de la Bogotá de comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado. La mañana era gris y preñada de una lluvia de granizo que se desplomaba sin piedad sobre el pavimento asfáltico de la calle séptima, en pleno centro de la ciudad. Sobre esta calle, se levantaba un vetusto edificio de cuatro pisos de estilo republicano donde se ubica el prestigioso almacén estadunidense Sears: primera tienda por departamentos del país. Entré a trabajar como vendedora en la sección de ropa femenina y ella, a pesar de su juventud, ya era graduada como «oficinista». Allí, nos conocimos cuando ambas teníamos la misma edad: diecinueve años. Ella era soltera y yo estaba recién casada y preñada de esas ilusiones que te arropan cuando pretendes construir la vida al lado del hombre que amas y vislumbras en un mundo rosa propio de las novelas de Corín Tellado muy leídas en la época que me tocó vivir. Lamentablemente, al poco tiempo de conocernos, todo se derritió como en la pintura de La Persistencia de la Memoria, de Dalí, y la incipiente unión se volvió lúgubre y se revistió de indiferencias, violencias y desamores… Ella, fue mi primer paño de lágrimas y la primera persona que vio mi corazón desgarrado por dentro…
En el largo pasillo del cuarto piso, un reloj marcaba las diez y cinco minutos de la mañana. Sobre las frías y cuadradas baldosas del piso de linóleo gris, retumbó el sonido producido por unas fuertes pisadas de finos tacones de puntilla que ese día ella calzaba. Así, como la contundencia de su caminar, así fue nuestra amistad. En aquel lugar fue donde nuestro primer encuentro se selló por una eterna mirada que se cruzó entre las dos y quedaron nuestras almas unidas como si de una sola se tratara…
En la misma medida que me alejaba de mi marido, mis sentimientos hacia ella cambiaban de rumbo sin que yo lo notara: es que a su lado yo me aislaba de mi mundo de infortunios y con ella me sentía en una cálida burbuja que me protegía del distanciamiento de un hombre para el cual era una extraña y por ende, una mujer profundamente infeliz. Ella, era mi refugio…
A ella, le vacié todas mis intimidades: fuimos libros abiertos sin páginas arrancadas, ni tachadas; sin borrones y mucho menos hojas en blanco. Éramos dos amigas despojadas de hipocresías que se atrevían a desnudar sus almas para desentrañar, mutuamente, las tristezas, las infidelidades, los odios, la culpa, las angustias, las derrotas, los recovecos del amor, la pasión y hasta las oscuridades de nuestra sexualidad.
Muchos años duró ese sentimiento que nos unió y nunca pude calificar, hasta aquel día en que nos citamos en un bar para ir a tomar un café, y celebrar los cuarenta años de nuestro primer encuentro en un pasillo de un almacén de la calle séptima de Bogotá.
Llegó mojada por la lluvia de esa tarde de septiembre, protegida con una gabardina azul que le llegaba a media pierna. Cuando la vi, sentí que no podía dejar escapar la última oportunidad de amar que había encontrado en el camino. Me acerqué a ella para saludarla, me empiné un poco, era más alta que yo, y le di un beso en la boca…
Afuera seguía lloviendo. Sentí que mis penas se alejaban, le tomé una de sus manos, entramos al bar y sentí que mi alma sonría…