BAJO LLAVE CON EL DOBLE FILO DE LA PALABRA.
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Posted:Aug 29, 2005 3:19 pm
Last Updated:Aug 14, 2010 10:48 pm 4598 Views
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Pierdes el tiempo tratando de olvidarme, aunque te disfraces de indiferencia y de placentera renuncia; ¿ a qué ? Al único amor que de verdad has conocido, del que sólo tú has disfrutado, la ausencia se te ha vuelto costumbre y los años te han hecho aún más cobarde; tienes una vida gris que te engañas creyendo que es colorida y un vago optimismo te sale a los ojos que han ido perdiendo aquel inmenso brillo. Dividiste la tierra fértil en dos partes: una árida, seca y agrietada por la falta de humedad y la otra, fértil, llena de árboles, frutos, pájaros y melodÃa, ¿ en cuál de las dos partes te quedaste, con la palabra a solas ? Quizá estás predicando enfrente del muro de las lamentaciones, del que tú has ido construyendo con tu amargura. Tal vez la realidad algún dÃa te acose y no sepas qué hacer, ni qué decir, cuándo la vida te enfrente a esa soledad a la que le has puesto muros de concreto; hasta que te ponga un hasta aquÃ, un ¡ Basta ! No estarás siempre con la misma juventud y la mujer que tanto te ha amado, puede ser que ya haya empezado a olvidarte; tal vez nos convirtamos en dos orillas intocables, del siglo que no has vivido y que, sin darte cuenta, tampoco has disfrutado. Venimos de un naufragio o quizá de varios; tú no has conquistado la palabra y tal vez yo tampoco, pero a ti te ha dominado para decir que no, para negar lo cierto, para dejar de querer. Y para no saber amar; a mà las palabras me han cautivado siempre para amarte, para conquistarte, para encontrarte después de tanto tiempo y ahora habrán de servirme para comenzar a olvidarte de verdad y amar de nuevo. ¡ Qué novedad tan grande ! El puente entre el desamor y tú está cada dÃa más construido, más novedoso, mucho más crecido. No podré librarte del exilio que voluntariamente escogiste; para entonces, no habrá mano cercana, ni ojos vigilantes que cuiden de ti y la lucha cuerpo a cuerpo entre nuestras palabras habrá perdido su valor. Ya no podré decirte que tomes mi ternura a cuenta del torrente de amor que disfrutabas; si pudieses recordar fue la palabra la que dio movimiento al universo, al amor y a todo lo existente. Tú has decidido naufragar a solas, debatiéndote entre la realidad, la voluntad y la pérdida del habla y del amor en que aún sin quererlo, debiste quedar inmerso. Pudiera darse el hecho de que un dÃa te preguntes si estás vivo o si ya estás muerto, colgando del muro del silencio que no habla hebreo y que olvidó el latÃn en el transcurrir del siglo. Se amargará cada pensamiento, cada dolor, cada palabra que fracasó en todos sus intentos; no habrá conjuro ni siquiera en la brevedad del sueño; jamás te diste cuenta de que para mà eras único y tú te empeñaste en no trascender juntos, porque me juzgaste sin motivo en los términos más estrictos. Si se pierde la continuidad, se corre el eterno riesgo de que el amor acabe; pero no por la distancia, sino porque el vacÃo se va adueñando de una vida sin sentido. Lo único seguro es lo más incierto y del fondo del volcán emerge el recuerdo que tanto te has empeñado en borrar. No más búsquedas, ni ecos hilvanados que abran más heridas en las cotidianas raÃces; ya no más suturas a la soberbia que tanto zurcido invisible tiene; no más querer andar por el camino que a propósito se angosta para que no se pase. No es necesario que la herida crezca y sangre tantas veces. Existe una hora de la tarde, la hora crepuscular donde empieza la nostalgia y nace el llanto, donde se conjuntan todos los sentimientos y la luz se entorna como una puerta que va cerrando el dÃa; no puedo sustraerme a su encanto con la peligrosa huella de un amor que se apagó como el cabo de una vela sin terminarse de quemar. El Coloso de Rodas con su estatura se desmoronó; los jardines colgantes de Babilonia se acabaron; los Imperios tuvieron su fin y tú al margen de mi voluntad y de mi amor, te hundiste en la arenisca, en la marejada y navegaste con el ancla desatada a sabiendas de tu hundimiento y de que el plazo terminó; decidiste mejor dejar caer el ser convertido en harapos, que se fue hundiendo en el más absoluto silencio de la noche. Ya puedes empezar a mirar el cielo de otro color y decidir extraviar mi rastro, sin santo ni seña de mi geografÃa, sin la espiga que jamás se ha doblado y viendo que mi oÃdo ya no tiene volumen para tus palabras; estoy cauterizando las heridas y apagando la inextinguible sed que tenÃa de ti. Hubo palabras que no tuviste valor de pronunciar y una total extrañeza me invadió: la siempre fugitiva quietud donde me tuviste confinada; hice derroche de soledad en la orfandad de las entrañas de la tierra, con leves pinceladas, con vestigios de impaciencia que nunca comprendiste. Quizá te faltó tiempo para escalar por ese vientecillo fresco de una madrugada insomne, que redujo tu visión y tu horizonte; es que el mundo allà termina: no sometas a la quietud de un pensamiento tus sinrazones. No entiendo cómo cerraste una herida que pretendes pensar que no se abrió nunca, si todavÃa la veo abierta y sangrando, como si acabara de pasar. Miro tu sombra que se está espaciando, en el suave rumor de la seda más fina; existe el umbral de unos pasos que desconoces y consciente de tu rencor implacable, te vas dando cuenta de que no has sabido vivir la vida. ¿ Qué predicas con la palabra que con el ejemplo no arrastras ? Algo en lo más recóndito del ser se resquebrajó, se adormeció, ha entrado en una agonÃa que acepté de antemano. ¿ Qué amor sobrevive en el más absoluto desamor, en el silencio más devastador de un julio milenario y lluvioso como el de todos los años ? En nuestras horas ya no hay más minutos ni segundos; te acabaste el tiempo de un siglo en poco tiempo, porque el trigo germina al cuidado del amo. Mis manos han estado entretenidas en otras manos y han perdido la memoria neurológica de las tuyas; ya no distingo tus pasos, será que se volvieron tan semejantes a los otros que se han ido desdibujando y no te sorprendas de que olviden cuándo empieza cada estación y cuándo llega el nuevo año. Me es tan igual la hora atardecida que la especial para esperarte, porque el zorro del Principito volvió a ser salvaje, ya no está domesticado al menos para ti y tu recuerdo. Es un vacÃo que se presta a reposar en lo más profundo de la noria, porque en la superficie ya no hay más reflejo de tu imagen: cómo decirte cuánto has trabajado y tan arduamente para que yo te olvide: cómo y de qué manera lo estás logrando. Ya eres un hombre a solas: con tu amargo sabor de boca, con tus enormes silencios y todos tus cansancios, porque no vas a tener el eco de otros pasos que sigan los tuyos y que te sorprendan en la hora crepuscular. Esperarás mi sombra, mi perfume y mi esperanza; con la zozobra de la venida, con el deseo del acercarse despacio hasta llegar a tu camisa y envolverme en tus brazos, convirtiéndome en parte de ti. También tu rostro está cambiado: la sonrisa tiene el dejo de la amargura y el desaliento, aquella vivacidad y el brillo inconfundible de tus ojos dio paso a un rostro duro, que casi no sonrÃe porque está muy ocupado en no vivir, en tener resentimientos, en no perdonar cuando no es obligatorio; ya ni siquiera eres tú, es que ya no te conozco. Ni siquiera sabes en qué parte de tu cuerpo se clavó la espina; envejeció el rÃo con tan sólo mirarlo de espaldas; dentro de tu muerte también estará la mÃa, ya el tiempo no será de nadie, porque habrás perdido todo en la misma orilla, donde la primera vez empezaste a encontrarme y donde supiste de mà al entrecerrar los ojos. ¡ Cuántos insomnios me provocaba tan solo tu recuerdo ! Me llenaba el corazón de tu voz, de tu calor, de tus palabras que iban cayendo como un bálsamo sobre la herida; sentÃa entre mis manos el poderÃo de tu presencia desde lejos, era como si la distancia se borrara de inmediato y quedáramos juntos, sin interrupciones, sin demoras y entre silencio y silencio las miradas suplÃan en parte a las palabras: éramos uno en el silencio cargado de noche y de esperanzas. Tus besos ¡ cómo olvidarlos ! EncendÃan las lámparas en todos los rincones y pisaban la luz lunar fracturándola; y, tus manos, permanecÃan en la parte oscura de la luna, con ese hacer y no hacer que hacÃa poner en otra parte la mirada; se deslizaban con la mutua complicidad de esa luz tan especial de invernadero.
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